Por Verónica Panella

HERENCIA en Diálogo:

Genealogías entre artistas contemporáneas y la obra de grandes maestras del arte  uruguayo

Perdón, dónde queda la isla de mis
madres?
Mayra Santos Febres.

No cabe duda que las mujeres están presentes en la historia del arte. Inmortalizada como santas o pecadoras, ejemplos de cotidianeidad u objetos de deseo llenan sala de museos en diversos registros. Sin embargo, como costillas sacadas del costado de Adán, estas imágenes tienen la incómoda condición de ser, en su mayoría, visiones masculinas. En este sentido, el proyecto HERENCIA EN DIÁLOGO ensambla en los esfuerzos que tanto individualidades como colectivos por parte de las artistas mujeres han realizado, especialmente desde la segunda mitad del siglo XX, por tomar las riendas de la representación y reflexión de sus espacios de acción, así como recuperar significativamente los vestigios, rastros y espejos que componen el legado de sus
antecesoras.

“El primer asunto pendiente con el que tiene que lidiar la mujer artista es con la falta de tradición anterior” señala la historiadora de arte Aparo Serrano de Haro y esta búsqueda de construcción genealógica, de maestras referentes, funciona como una piedra angular en una construcción del pasado histórico más completo e inclusivo. A través del tiempo, las escuelas historiográficas han elegido iluminar desde el análisis diversas áreas de conocimiento histórico, pero el abordaje de los procesos que involucran a las mujeres es de reciente (y muchas veces marginal) inclusión. Es así que el proyecto HERENCIA EN DIÁLOGO funciona como espacio problematizador de la hegemonía de los discursos dominantes en el ámbito de la creación y la relación entre presente y pasado, pero también en lo referido a la sexualidad, las relaciones familiares y los roles esperados, explicitando además la diferenciación del arte “femenino”, en el sentido de la creación hecha por mujeres y el “arte feminista” que
busca tomar estos temas controversiales como alimento creativo.

Es así que el juego de diálogos, (re) lecturas y apropiaciones que hacen las doce artistas que integran el colectivo y la selección de otras tantas referentes del pasado cultural del Uruguay genera un cruce de lenguajes que problematiza la dimensión de modelo, desplazando a la mujer del espacio de objeto observado a una activación
personal, crítica e imprescindible de su rol creativo, en plena conciencia de que en definitiva somos lo que elegimos recordar.

1 Amparo Serrano de Haro. “Mujeres en el arte, espejo y realidad”. Plaza y Janés editores. Barcelona
2000.

Como una Alicia en el espejo: breve itinerario por las obras

El espejo tiene en múltiples culturas una simbología ambivalente. Reflejo, puerta, umbral, asociación lunar, mundo inquietante, obligado a replicar el real mientras espera el momento de rebelarse y tomar nuestro lugar, lo cierto es que deja claro que esa realidad inversa de la superficie bruñida no es tan sencilla, dócil e inocente como parece.

De igual forma, el espacio coral propuesto en esta muestra se distancia, en su reconocimiento y homenaje, de replicar a la maestra “apropiada” para dialogar, prefiriendo el abordaje desde atractivas lateralidades. Estas introspecciones suponen, con frecuencias tomar riesgos estéticos e incluso poner el cuerpo, como en el caso de la performance Cartografía de Ana Aristimuño, donde ese mismo cuerpo se vuelve territorio y el alcance de significación apropiativa de la desnudez propuesta por Armonía Somers en su lúcida obra, alcanza una
nueva dimensión de complejidad y valiente exposición. El paisaje y el lugar también están presentes en los desgarros de realidad vislumbrada en Barriga Negra, matérica manifestación de Lucía Gadea de los vestigios de una memoria familiar que la conecta en su condición velada y rural con Lacy Duarte. Síntesis, volumen y el espacio modificado de los mapas vinculan 99.999.999 la obra/codificación propuesta por Carolina Vernengo, con el ser estético condensado en el universo de significación de la serie de “Llaves” de María Freire. La poética de la síntesis formal en encuentro de lo lúdico, se pone de manifiesto en un sentido análogo en Inmersión, el diálogo de Francisca Maya con la forma trascendida a objeto simbólico presente en las indagaciones visuales de Amalia Nieto.

Los elementos vinculares se impregnan necesariamente de otros ámbitos de accionar de las maestras seleccionadas, donde no tienen un lugar menor los espacios de lucha, rebeldía y militancia enmarcados en contextos sociales específicos, pero también en posturas dramáticamente personales. En este sentido, Las pinzas del escorpión de Lucía Draper recorre visualmente la conexión de arte y palabra que la conecta con las grafías de Hilda López, a la vez que traza una dimensión casi totémica con la complejidad vital de la artista. En una línea
similar se nos presenta la riqueza visual del Territorio diseminado que establece la acción demiúrgica de Florencia Martínez Aysa al materializar y a la vez mediar la imagen arquetípica de la novia, en un encuentro y giro con la penetrante mirada crítica de Leonilda González. Por su parte, Mónica Duhalde con Veredas se enfoca en una lectura estética, personal y significativamente fragmentada, de uno de los aspectos más representativos de la obra de Teresa Vila, en una lectura poética y materialmente evocativa de la icónica pero imaginariamente desdibujada
artista. Rebelión magnificada en su alcance telúrico y hasta cierto punto sagrado y sacrifical se vislumbra en Mujeres que luchan, políptico de Lucía Aguirregaray que encuentra en su vínculo con Nelbia Romero una reivindicación desafiante del arte como acto político, a la vez que una intensa exploración de los estadios casi metamórficos de la condición femenina, como experiencia social e individual.

Vida y muerte como dimensiones arquetípicas, pero al mismo tiempo componiendo elementos dentro de una categoría que podría situarse como “mitologías domésticas” 2 intervienen espacial y visualmente en la construcción de significado. La cotidianidad expuesta, pero a la vez subvertida como eje visual y conceptual, nos sale al cruce en el altar mórbido y sensorial de Enunciación, donde Sylvia Monteñez Fierro dialoga con las ineludibles referencias a la imaginería erótica de Marosa di Giorgio, pero con una dimensión de memento mori relativa a lo perecedero de la belleza ofrendada. Este juego entre componentes visuales y táctiles, replican en la matérica y sensorial contactografía Delmira, de Cecilia Olivet Giglio, donde el encuentro reflexivo entre la artista y los hechos plásticos de pliegues, texturas, interrupciones y veladuras, conduce a establecer vínculos entre lo visto y lo oculto en la poderosa, singular y en ocasiones contradictoria figura de la poeta del 900. El viaje a la semilla se completa con el juego de sustracciones que suponen los leves pero intensos volúmenes presentes en la obra Descascarar la realidad absurda, en la que Carmen Russo conecta con la materialidad mínima y la experimentación casi alquímica, de significación esencial, en la obra de Águeda di Cancro. El itinerario se cierra (¿o abre?) con la obra No sé qué te habrán dicho de mí de Sabrina Srur, propuesta de acercamiento visual y primordial con la obra tardía de Petrona Viera, donde la conjunción de los pequeños elementos domésticos y el protagonismo de las flores, genera un juego de espejos entre la dimensión mistérica de la iconografía personal de la maestra y la polisemia de las imágenes engañosamente sencillas que construyen nuestros escenarios
cotidianos.

2 Término acuñado por Amparo Serrano de Haro, op.cit.

Verónica Panella 
Marzo 2021.